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REVISTA DE LA FACULTAD DE 

CIENCIAS DE LA SALUD

ISSN   1390-7581

REE Volumen 10 (2) Riobamba jul. - dic. 2016

El verdadero rostro de Eugenio Espejo
The true face of Eugenio Espejo

(Artículo original especial por invitación)

Autor:

Alvaro R. Mejía Salazar 

1Universidad Andina Simón Bolívar, Quito, Ecuador

Autor de correspondencia: Alvaro R. Mejía Salazar. Universidad Andina Simón Bolívar. 
Email: armejiasalazar@gmail.com. Teléfono: 0995790111. Dirección portal: Ave. Toledo 22-80 
y Ladrón de Guevara, Quito, Ecuador.

RESUMEN

Se realizó una investigación histórica, con enfoque cualitativo, cuya población de estudio estuvo 
constituida por los documentos de interés salvaguardados en el Archivo de Indias, así como 
aquellos de las fuentes periodísticas de época que versaron alrededor de la figura de Eugenio 
Espejo. El estudio tuvo el propósito de establecer la fidelidad histórica de la iconografía de ese 
precursor de la nacionalidad ecuatoriana.
Palabras clave: historia, personajes, Antropología física.

ABSTRACT

A historical research was carried out with a qualitative approach. The study population was cons-
tituted by the documents of interest filed in Archivo de Indias, as well as those of the sources 
from press that revolved around the figure of Eugenio Espejo. The purpose of the study was to 
establish the historical fidelity of the iconography of that forerunner of Ecuadorian nationality.
Keywords: history; famous persons; Anthropology, physical.

Prefacio

El ideario colectivo tiene a Eugenio Espejo por un indígena, pues aquella es la representación 
habitual del precursor desde inicios del siglo XX. Que mejor que implantar en el pensamiento del 
pueblo a un Espejo indio e indómito para identificarlo con las aspiraciones de libertad americana 
y rompimiento del modelo monárquico español en nuestras tierras. Sin embargo: ¿Cuál es el 
origen de considerar a Espejo como indígena? ¿Su fenotipo se correspondía efectivamente con el 
de un indígena sudamericano promedio? ¿Cómo fue en realidad su rostro? Me propongo respon-
der a estas interrogantes a través del presente estudio, buscando establecer la fidelidad histórica 
de la iconografía del precursor.

 Riobamba (1982). Doctor en Derecho (PhD), por la Universidad Complutense de Madrid, España. Magíster en Derecho, 

mención Derecho Tributario y Especialista Superior en Tributación, por la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador. 

Abogado y Licenciado en Ciencias Jurídicas, por la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito. Docente de la Universi-

dad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador y de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito. Miembro de los Institutos 

Ecuatorianos de Derecho Tributario, Derecho Administrativo y Derecho Procesal. Historiador. Miembro de la Academia Ecuato-

riana de Historia Eclesiástica, de la Academia Nicaragüense de Historia y Genealogía, etc. Condecoración “Aurelio Espinosa 

Pólit” 2015, por el I. Municipio de Quito, en atención a sus aportes a la literatura jurídica nacional. Reconocimiento al mérito 

cultural “Benjamín Carrión” 2016, por la Casa de la Cultura Ecuatoriana–Ch, en atención a sus aportes a la historiografía 

nacional.

   

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1. El indio Espejo

En 1782, Eugenio Espejo pleiteó contra el Dr. Sancho de Escobar y Mendoza, párroco de 
Zámbiza, por el pago de honorarios por sus servicios médicos. Ante el requerimiento de cobro 
que Espejo presentó ante el provisor y vicario general de Quito –juez del fuero eclesiástico–, el 
Dr. Escobar contestó:

A partir de entonces, el estigma de la sangre indígena y del apellido Chúsig se tornó público y 
notorio, siendo uno de los tormentos del precursor, quien al parecer no manejaba de manera 
adecuada estas realidades después de haber logrado descollar en el ambiente académico y haber 
conseguido una aceptable posición en la tan prejuiciosa sociedad quiteña del siglo XVIII.  

Pero esta no fue la única ocasión en que judicialmente se identificó a Espejo como indio. En 1787 
salieron a la luz las Cartas riobambenses, acaso como una reacción furibunda ante un desplante 
del cual habría sido víctima. En esta obra Espejo se mofaba de una dama de la élite local, doña 
María Micaela Chiriboga y Villavicencio, quien al poco tiempo litigó en contra del autor. En este 
proceso varios fueron los testimonios que desacreditaban a Espejo argumentando sus orígenes 
indígenas o mulatos, como por ejemplo los de José de León y Otarola o de fray José del Rosario. 
La versión de fray Rosario resulta muy interesante, pues fue él quien trajo de Cajamarca al padre 
de Espejo como su criado. En 1789, el anciano fraile sostuvo:

  Carlos Freile, Eugenio Espejo, precursor de la independencia (documentos 1794-1797), Quito, Fonsal, 2009, pág. 9.

  Cf. Rodolfo Pérez Pimentel, Diccionario Biográfico del Ecuador, Guayaquil, Universidad de Guayaquil, 2001, pág. 98.

  

 

Lo que antes repara es que el Doctor Eugenio apellidado Espejo para 
presentarse ante el Señor Provisor no haya sido con reproducción del 
Señor Protector General de los naturales del Distrito de esta Real Audien-
cia respecto a ser indio natural del lugar de Cajamarca; pues es constante 
que su padre Luis Chúsig por apellido, y mudado en el de Espejo, fue indio 
oriundo y nativo de dicho Cajamarca, que vino sirviendo de paje de cáma-
ras al Padre Fray Josef del Rosario, descalzo de pie y pierna, abrigado con 
un cotón de bayeta azul, y un calzón de la misma tela, y por parte de su 
madre fulana Aldaz, aunque es dudosa su naturaleza, pero toda la duda 
solo recae en si es india o mulata; y por la misma duda, no teniendo dicho 
Eugenio voz para parecer por sí solo en juicio, debió siempre presentarse 
por medio y reproducción del Señor Protector General de los naturales. 

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Según apreciamos, el señalamiento y ensañamiento con los orígenes de Eugenio Espejo data de 
sus días, no obstante, como se pregunta el historiador Carlos Freile ¿indio real o simbólico?   
Pues si el fenotipo del precursor habría sido el de un indígena promedio, no habrían existido 
motivos para argumentar sobre lo evidente, ¿verdad? Si la raza americana habría sido la 
predominante en sus facciones y color, no habría existido razón para acusarle de indio ¿cierto? 
Si Espejo era indígena, ¿para qué apelar al indigenismo de su padre como medio para que se 
considere indio al gran médico? En definitiva, la insistencia sobre la argumentación de la 
condición indígena de Espejo y la necesidad de que existiese un pronunciamiento judicial de ello, 
no hace sino confirmar que nuestro prohombre no poseía un predominante fenotipo americano. 
Espejo no era indígena ni su rostro se correspondía al de un indígena, Espejo era mestizo y su 
rostro era el de un mestizo y de hecho, de un mestizo con facciones bastante regulares y tez no 
obscura.

2. El mestizo Espejo

De la mezcla de padre español con madre indígena y los subsecuentes matices, tenemos a una 
población quitense –hoy ecuatoriana– con rasgos más o menos blancos, más o menos morenos, 
más o menos cobrizos. En muchas ocasiones son los caprichos de los genes los que blanquean u 
obscurecen, encontrando la explicación de cierto color de ojos o de cabello no directamente en 
los progenitores del individuo, sino en alguno de sus cuatro abuelos o de sus ocho bisabuelos.

Como conocemos, el padre de Eugenio Espejo fue Luis de la Cruz, cajamarquino. Respecto a sus 
progenitores, Luis aseguró ser hijo de Juan de la Cruz y Antonia Ruiz.  Se ha sostenido que el 
padre de Luis fue un picapedrero de apellido “Chusig”, que también usaba el apellido “de la 
Cruz”; por otra parte se sostiene que el padre de Luis se llamaba Juan Espejo –no “Chusig” ni 
“de la Cruz” –, según hizo constar el propio Eugenio en un expediente de antecedentes 
presentado a la Universidad.  Volviendo a Luis, llegó a Quito alrededor de 1740, apenas con unos 
quince años a cuestas, en calidad de criado de fray José del Rosario, betlemita nombrado 
director del Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor –luego, Hospital San Juan de Dios–. 

Que conoció al abuelo de Eugenio Espejo, indio que trabajaba en su Convento en la obra material 
de la Iglesia de la cantera o picador de piedras para la fábrica; que no tiene presente su nombre, 
si solo su apellido, que fue el nacional de Chusig, pero el común por donde lo conocían era Cruz, 
que es apellido al que son aficionados los indios. Que fue calzado de capa, y no de cotón o cusma, 
que este fue padre de Luis. Que no sabe por qué términos se llamaba Espejo [Luis] pero él se 
denominaba Benítez; qué en las que el informante le escribía de Piura a esta ciudad le ponía sobre 
escrito a Luis Benítez, como podrá constar si algunas cartas existen. Y que este sobrenombre pudo 
haber tenido origen del Cura y Vicario de Cajamarca, que fue su padrino, el cual fue el Doctor Don 
Luis Benítez de la Torre; que cuando Luis vino a esta ciudad [Quito] de criado del informante, de 
edad de catorce o quince años, al cual calzó y vistió en la forma ordinaria; que éste se casó en esta 
ciudad con Cathalina de tal, madre de Eugenio; que la reputaban por mestiza o mulata, de quien 
procedió Eugenio el cual es de naturaleza de cholo o zambaygo, respecto a haber sido su  padre y 
abuelo indios.  

 “Contra el Dr. Eugenio Espejo, Memorial de María Chiriboga y Villavicencio, vecina de Riobamba, sobre el autor de los libros 

contra ella” (transcripción de documentos auténticos), en Boletín de la Academia Nacional de Historia, No. 100, Quito, 1962, 

pág. 299.

 Ver: Carlos Freile, “Eugenio Espejo, ¿indio real o simbólico?”, en Revista del Centro Nacional de Investigaciones Genealógicas 

y Antropológicas, No. 9, Quito, 1991.

  Esta declaración la realizó al momento de testar en 1778. Cf. Fernando Jurado, “Estudios inéditos sobre Espejo”, en Boletín de 

la Academia Nacional de Historia, No. 135, Quito, 1980, pág. 79.

  Información Dr. Carlos Freile Granizo (9-III-2016)

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Por aquellos años, Luis no utilizaba su apellido ancestral sino el apellido español “Benítez”, el 
cual lo había adoptado de su padrino el Dr. Luis Benítez de la Torre, vicario de Cajamarca. De 
hecho, en el acta del matrimonio entre Luis y Catalina Aldáz que data de 1774, firma con el 
apellido Benítez. Es a partir de 1747 que empezó a utilizar el apellido “de la Cruz Espejo”. 
Afirmar que Luis era indígena completo no es posible; ya para el siglo XVIII el mestizaje era la 
tónica dominante en la población urbana del virreinato. Lo que sí creo es que la sangre de Luis 
era principalmente indígena, al igual que su fenotipo.

Respecto a la madre del precursor, María Catalina Aldáz y Gordillo, fue hija de Juan de Aldáz y 
Petronila Gordillo, quiteños vecinos de calle larga de San Sebastián. ¿Era Catalina Aldáz una 
“mulata” como los enemigos de Espejo habían argumentado? La genealogía documentada ha 
aportado claras luces sobre los orígenes de la madre del precursor, llegándose a la conclusión de 
que Catalina era predominantemente blanca. Su ascendencia por Aldáz se compone de la 
siguiente manera:
 
Juan de Aldáz Cía y Larrainzar, nacido en Pamplona –reino de Navarra–, pasó a Quito en 1594, 
casado con Isabel de Arenas. Esta pareja procreó a Matías de Aldáz Arenas, quiteño. A su vez, 
Matías, junto con María de Anguieta, procreó a otro Matías de Aldáz quien casó con Mencía de 
Fuentes –mujer de clase media– y tuvieron a  Juan de Aldáz y Fuentes. Este Juan casó con 
Petronila Gordillo Carrascal y Suárez de Figueroa, siendo padres de María Catalina Aldáz y 
Gordillo, bautizada en la iglesia de San Sebastián e inscrita en el libro de blancos.  

Pensar que Catalina Aldáz descendía exclusivamente de españoles es un sinsentido. Ya en el 
siglo XVIII y pudiendo rastrear antepasados de esta señora hasta el siglo XVI, resulta 
incontrovertible la existencia de sangre americana por sus venas. Lo que hace concluir la 
documentación genealógica es que por la venas de Catalina corría principalmente sangre 
española, correspondiendo su fenotipo a ella.

3.  Descripción física de Espejo

Habiendo establecido esta suerte de mapa genético de Espejo a través de las referencias 
históricas sobre sus orígenes y de su genealogía documental, tenemos a un Eugenio Espejo 
mestizo. Todo hace pensar que Espejo heredó mayores rasgos de su madre y que por tanto, fue 
un mestizo de buenas facciones, de un tono de piel trigueña no obscura. Tal condición habría 
posibilitado la inscripción de su bautizo en el “libro de blancos” del Sagrario el 21 de febrero de 
1747, así como sus estudios superiores y grados académicos que de facto estaban vedados a los 
mestizos de sangre mayormente indígena y no se diga a los indígenas completos. Esto lo sostiene 
Carlos Freile de la siguiente manera: “Eugenio se licencia en Filosofía, Derecho, Teología y se 
doctora en Medicina; Juan Pablo [hermano de Eugenio] se licencia en Teología; esto hubiera sido 
muy difícil de haber sido mestizos, zambaigos o castas de muy baja estofa, de acuerdo con los 
prejuicios del tiempo, ya que todavía en 1752 el Rey prohibía la concesión de grados a quienes 
mostrasen mezcla de malas razas.” 

Lo anterior es corroborado por la descripción física que en 1783 se hizo de Espejo. Para 
entonces, las autoridades consideraban al precursor como “rencilloso, travieso, inquieto y 
subversivo” y por consiguiente buscaban un pretexto para deshacerse de él. Por entonces 
una cuarta expedición científica, a cargo de Francisco de Requena, se disponía a ayudar a 
fijar los límites de la Real Audiencia de Quito en la región de los ríos Pará y Marañón; 
esto al tenor del Tratado de San Idelfonso (1771) entre los reinos de España y Portugal.

  Cf. Fernando Jurado, “Estudios..., págs. 71–76.
  Carlos Freile, Espejo y su tiempo, Quito, Abya-Yala, 2001, pág. 54.
 

 

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La expedición bridó el pretexto deseado por las autoridades, quienes prontamente nombraron a 
Espejo como director médico de la expedición. Para eludir el cargo huyó, pero fue pronto captu-
rado en Quito “como reo de grave atentado”.  El mandato de arresto contuvo su descripción 
física:

Como vemos, Espejo está lejos de tener las facciones de un indígena promedio de la serranía 
ecuatoriana, su buena estatura, junto con su nariz y rostro alargado denotan a un trigueño de 
rasgos más caucásicos que americanos.

4. Retratos de Espejo

Entendida de esta manera la fisonomía de Espejo, debemos buscar una imagen que corresponda 
a un mestizo urbano, a un quiteño promedio y no a un indígena. Respecto a los retratos que anali-
zaré descarto de plano a todos los que no son contemporáneos al personaje, en especial a los 
pintados durante el siglo XX, pues al ser imaginarios carecen de toda rigurosidad histórica. 
Comienzo apartándome del ampliamente difundido retrato realizado por el destacado pintor 
ambateño César Villacrés Vásconez (1880-1950), el cual consta en los acervos del museo Alber-
to Mena Caamaño y sirvió de modelo para la imagen que consta en el billete de 500 sucres. Tam-
bién se ha de alejar del retrato realizado por Manuel Salas Alzamora a inicios del siglo XX, que 
se encuentra en el Salón de los Próceres del Ministerio de Relaciones Exteriores, donde se apre-
cia a un Espejo bastante indígena. Una de las cumbres del retrato indigenista y por tanto no 
consecuente con la realidad de Espejo, corresponde al pincel de Pedro León Donoso, óleo  de 
1952 que forma parte de la colección de la Casa de la Cultura Ecuatoriana. En fin, como señalé 
al inicio de este párrafo, todo retrato de Espejo del siglo XX carece de fidelidad histórica y no 
hace sino alimentar el falso mito del “prócer indio”.
Descartados todos los retratos del gran quiteño que han sido pintados durante el siglo XX, anali-
zo a continuación dos antiguos óleos que han sido atribuidos al rostro de Espejo, con el fin de 
evaluar cuál de ellos correspondería al rostro de precursor.

4.1. El retrato de la colección de Jacinto Jijón

El 14 de diciembre de 1963, doña Luisa Flores de Jijón-Caamaño y don Manuel Jijón-Caamaño 
y Flores donaron a la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito, las colecciones de 
arqueología y arte de don Jacinto Jijón y Caamaño.  Entre los magníficos óleos de la colección 
de arte apareció uno que fue identificado como el retrato de Eugenio Espejo. En más, el retrato 
ha sido reproducido en libros de historia o artículos de investigación, sin mayor difusión en el 
gran público. He investigado en el Museo Jijón Caamaño de la Pontificia Universidad Católica 
del Ecuador, Quito, en busca de los fundamentos de la atribución del retrato al gran quiteño, sin 
embargo los datos son por demás vagos y los sustentos históricos inexistentes. 

  

Philip L. Astuto, Obra Educativa escrita por Francisco Xavier Eugenio de Santa Cruz y Espejo, Caracas, Biblioteca de Ayacu-

cho, 1981, pág. 504.
    Pablo Herrera, Ensayo sobre la historia de la literatura ecuatoriana, Quito, Imprenta del Gobierno, 1960, pág.125.
   Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito, “Acta de donación otorgada por la Sra. María Luisa Flores de Jijón y 
Caamaño y el Sr. Manuel Jijón y Caamaño y Flores a favor de la Universidad Católica del Ecuador”, en Revista de la Universidad 
Católica, No. 4, Quito, 1978, pág. 13 y 14.

 

El enunciado Espejo tiene una estatura regular, largo de cara, nariz larga, color moreno, y en el 
lado izquierdo del rostro un hoyo bien visible. 

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Al examinar la pintura se concluye que la obra se trata de un óleo sobre lata, en el cual se retrata 
a un hombre de unos cincuenta años, de tez blanca –no trigueña–, rostro más bien redondo –no 
alargado– y nariz corta –no larga–. Su vestimenta indudablemente corresponde a la primera 
mitad del siglo XIX y se identifica con la de una persona económicamente acomodada. Posa el 
modelo con la mano derecha introducida en la chaqueta, moda extendida por los años treinta del 
siglo XIX, lo cual confirma la época del retrato. Así las cosas, teniendo en cuenta que Espejo 
falleció en 1795 de cuarenta y ocho años, no resulta posible que el retrato de un hombre que para 
1830 contaba con  cincuenta años corresponda al precursor. Tampoco las características físicas 
de la descripción existente de Espejo coinciden con las del hombre de esta pintura. Conviene 
entonces corregir el error en la identificación que se ha hecho a este retrato,  pues resulta evidente 
que no se trata de Espejo y dudamos que el caballero retratado haya estado a la altura del gran 
quiteño.

 

 

Retrato de un caballero, sirca 1830. 

Museo Jijón Caamaño, PUCE-Q 

 

 

Retrato imaginario de Espejo  

por Manuel Salas, 1909

 

 

 

Retrato imaginario de Espejo  

por César Villacrés, 1926 

 

 

Retrato imaginario de Espejo  

por Pedro León, 1952 

 

 

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  La última oportunidad que conocemos se difundió esta equívoca versión fue en la revista Patrimonio de Quito, 
No. 3, Quito, FONSAL, 2006; específicamente en el artículo “Eugenio Espejo: genio y figura” de Fernando 
Jurado. No es la primera vez que dicho autor confunde épocas, personajes y retratos; por ejemplo, ha sostenido 
que el retrato de un joven de mediados del siglo XIX, correspondía a don Miguel Ponce Ubidia, prócer de la 
independencia que nació alrededor de 1756 y murió en 1841, a la avanzada edad de 85 años. 

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4.2. Espejo en el Cuadro de las curaciones

Geógrafo y hombre de gran cultura, Luciano Andrade-Marín Vaca publicó en el diario quiteño 
“Últimas Noticias” alrededor de 50 artículos de una serie titulada  “Historietas Quiteñas”. Una 
de ellas, la aparecida en la edición del 20 de marzo de 1965, lleva por título “Retrato auténtico 
de Espejo en un cuadro inédito”. Se trata de una sustentada teoría que el autor realiza respecto de 
la representación del Dr. Espejo en el llamado Cuadro de las curaciones, del pintor José Cortés y 
Alcocer, que don José García León y Pizarro,  presidente de la Real Audiencia de Quito entre 
1778 y 1784, costeó para el Hospital de la Misericordia de Nuestro Señor y que hoy se encuentra 
en el Hospital Eugenio Espejo. Transcribimos a continuación la lúcida teoría de Andrade-Marín:

 

Que conoció al abuelo de Eugenio Espejo, indio que trabajaba en su Convento en la obra material 
de la Iglesia de la cantera o picador de piedras para la fábrica; que no tiene presente su nombre, si 
solo su apellido, que fue el nacional de Chusig, pero el común por donde lo conocían era Cruz, que 
es apellido al que son aficionados los indios. Que fue calzado de capa, y no de cotón o cusma, que 
este fue padre de Luis. Que no sabe por qué términos se llamaba Espejo [Luis] pero él se 
denominaba Benítez; qué en las que el informante le escribía de Piura a esta ciudad le ponía sobre 
escrito a Luis Benítez, como podrá constar si algunas cartas existen. Y que este sobrenombre pudo 
haber tenido origen del Cura y Vicario de Cajamarca, que fue su padrino, el cual fue el Doctor Don 
Luis Benítez de la Torre; que cuando Luis vino a esta ciudad [Quito] de criado del informante, de 
edad de catorce o quince años, al cual calzó y vistió en la forma ordinaria; que éste se casó en esta 
ciudad con Cathalina de tal, madre de Eugenio; que la reputaban por mestiza o mulata, de quien 
procedió Eugenio el cual es de naturaleza de cholo o zambaygo, respecto a haber sido su  padre y 
abuelo indios.

Sin embargo, este cuadro, está Eugenio Espejo en retrato auténtico, según es nuestra completa 
convicción, como lo vamos a demostrar analizando dicha admirable pieza pictórica de 
imperdonable ineditismo. El cuadro, en su parte profana, que es interesantísima, representa una 
visita del señor Joseph García León y Pizarro, Presidente de la Real Audiencia de Quito, como se 
revela aunque sin indicar la fecha, en una inscripción ya muy borrada del pie, que empieza 
diciendo: “Costeó este lienzo el señor… León y Pizarro, Pdte… etc.” ¿Cuándo actuó este señor 
como Presidente de la Real Audiencia? Pues, desde 1778 hasta 1784 en que le sustituyó el señor 
Juan José de Villalengua y Marfil hasta 1791, en que éste fue sustituido por Juan Antonio Mon y 
Velarde; y éste hasta 1793 por Luis Muñoz de Guzmán, dentro de cuyo período murió Eugenio 
Espejo, que fue perseguido principalmente por Villalengua y sus sucesores.

El señor León y Pizarro al “costear” la hechura de este elaboradísimo y compilado cuadro, se ve 
que quiso representarse él mismo y su familia visitando la principal sala de enfermos del hospital 
como así lo está, y que en la dicha sala apareciesen todos los que habían el hospital en esos días, 
inclusive una acabada representación iconográfica, en grupitos magistrales, del elemento humano 
enfermo, adulto e infantil, español, indio, mestizo, negro y mulato que componían la comunidad 
popular de Quito en ese tiempo. En el cuadro clásico de detalles documentales primorosos de la 
racialidad de la época: cada raza y subraza está caracterizada con coloraciones de impecable 
fidelidad.
  

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Allí está al centro el Padre betlemita del Rosario recibiendo en un plato donativos del señor León y 
Pizarro, éste espada y un traje elegante de autoridad; y junto a él, un niño hijo suyo, muy rubio, en 
igual traje, dando otro plato de donativos a uno de los siete enfermos de las camas de la derecha. 
Hacia las otras siete camas de la izquierda hállase con clara fisonomía de español y con igual librea 
que su jefe, un ayudante del Presidente llevando dos platos de donativos hacia la figura no menos 
notable de una persona que en traje civil de la época, azul marino con bordes rojos, también entrega 
un plato de donativos a un enfermo. Esta persona principal, a diferencia de todas las otras, así 
mismo principales inclusive 14 frailes betlemitas blancos, es la única de color trigueño, que 
decimos, y es persona visiblemente joven, de nariz larga y de mirar penetrante. El artista autor del 
cuadro era, sin duda, no solo un gran retratista de manos y pies, como se lo puede testificar en las 
130 figuras humanas diferentes que contiene el cuadro, y, por añadidura tuvo cualidad rarísima en 
nuestros famosos artistas antiguos: fue un verdadero compositor original de escenas locales y no un 
imitador o copista de cuadros ajenos.

¿Quién fue este personaje principal de tez tan acanelada que aparece inmediatamente junto a los 
enfermos en esta escena sobremanera representativa de una sala del hospital San Juan de Dios en 
el tiempo del Presidente León y Pizarro y del médico Eugenio Espejo, el único médico con 
graduación universitaria y con licencia municipal que servía prestigiosamente en dicho hospital? 
¿Qué otro individuo civil de igual o parecida talla profesional que Eugenio Espejo, había en ese 
instituto para que pudiese figurar en esta escena hospitalaria de esos días?

Ese personaje, no cabe la menor duda, era y es el doctor Eugenio Espejo, quién nacido en 1747, se 
graduó en medicina el año de 1767, a los 20 años de edad, y, que, en este lienzo que lo 
conceptualizamos de 1779 a 1780, tenía dicho doctor Espejo 33 años, o sea la edad de Cristo, en la 
flor de la vida, tal como representa tener en dicho cuadro.
  

 

Cuadro de las Curacionesdonde se representa la visita del presidente José García León y 

Pizarro –a la derecha junto a fray José del Rosario–, al Hospital de la Misericordia de Nuestro 

Señor. El Dr. Espejo se encuentra retratado en la parte izquierda, con casaca obscura, 

entregando un platillo a un enfermo. Hospital Eugenio Espejo, Quito. 

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ISSN   1390-7581

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Sin poder tener la absoluta certeza de que así sea, tengo el convencimiento, al igual que Andra-
de-Marín, de que el hombre mestizo de estatura regular, trigueño, de cara y nariz alargada, retra-
tado al lado izquierdo del Cuadro de las Curaciones se trata de Eugenio Espejo. Este es el rostro 
del precursor de la independencia, del gran médico, escritor y pensador quiteño. 

 

Dr. Eugenio de Santa Cruz y Espejo 

Cuadro de las Curaciones, óleo de José Cortés y Alcocer. 

Hospital Eugenio Espejo, Quito. 

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5.  La ciencia blancardina: autorretrato espiritual de Espejo.

Para finalizar este ensayo vale recordar que existe una suerte de autorretrato espiritual que él 
mismo Espejo compuso y publicó como parte del opúsculo La ciencia blancardina. Como señala 
Plutarco Naranjo, “el manuscrito Nuevo Luciano de Quito, por las críticas que contenía originó 
mucha polémica y la curiosidad de quién era el autor, para posibles enjuiciamientos por calum-
nias. Por estas razones en el opúsculo La ciencia blancardina describe su fisonomía y, sobre todo, 
afirma que es como un espíritu fantasma a quien nadie lo agarrará. Se compara con el búho, 
(chushig, en quichua) por ser ave nocturna, y se auto califica de duende.”

Transcribo a continuación el autorretrato espiritual de Eugenio Espejo: 

 

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Pero si se quiere aquí un medio retrato suyo, para que del todo se pierda la esperanza de conocer-
lo, véase luego en estas pocas palabras: su estatura es regular y nada tiene de defectuosa. Su 
rostro, siendo serio, no es deforme, y en su fisonomía se reconoce que no es rudo; pero no manifies-
ta toda la viveza que interiormente le anima, y aunque le pone en una continua acción, que siempre 
le tiene inquieto. En sus ojos puede cualquiera engañarse; porque pareciendo estar marcados con 
el sello de la modestia, suelen ponerse demasiado caídos, o luego vivaces y movibles con ímpetu, 
según el humor que le domina. Cuando se presenta a cualquiera, impone (sin querer), con grave-
dad natural; pero tratado con franqueza, se ve que es mucho lo que ríe a vista de todos, pero 
muchísimo más es lo que a sus solas se ríe; porque en casi en todos los hombres halla con facilidad 
ese lado por el cual son más hombres, esto es, vestidos de más o menos ridiculeces; y sobre las 
suyas propias que han podido conocer, el mismo no se perdona, se burla el mismo, y procura corre-
girse. Desde bien muchacho frecuentó, sin que supiesen su nombre, a algunas personas de crédito 
de la Provincia casi entera y, oyendo sus proposiciones llenas las más veces de ignorancia y de 
satisfacción orgullosa, nunca los desestimó, y mucho menos descubrió a otros el defecto que pade-
cían. Antes, de tales ejemplos sacaba motivos para ser exactísimo en su modo de pensar, y aún más 
en la expresión y en las citas. Como ha sido éste su porte, ha logrado que todos los satisfechos y 
presumidos de doctos, le tengan por estúpido, y que aún le hayan comunicado especies muy menti-
rosas y muy surtidas de vanidad, pero no ha sido de un carácter maligno que haya, con nuevas 
preguntas, obligado a estos doctos a que profiriesen más desatinos. Han quedado, si, en semejan-
tes ocasiones, muy abochornados, como si él fuese el que había incurrido en aquellas culpas del 
amor propio. Habla poco, regularmente sin vivacidad, sin alegría, sin cultura, y a veces tartamu-
deando. Con todo, cuando quiere decir, toma la tarabilla, y es su conversación esparcida, festiva y 
con su poquillo de sal. Es mucho lo que reflexiona y piensa, por lo que las más veces acierta en sus 
juicios y conjeturas; de suerte que, en los negocios no favorables, teme el meditar, por no antici-
parse la noticia y el dolor de un suceso poco ventajoso o del todo adverso. Sus compañeros son: su 
Biblia, su Cicerón, su Virgilio y su Horacio, y con ellos pasa gustoso por donde le place. Su memo-
ria es firme unas veces, otras veces ingrata, y aún tiene sus alternativas de muy feliz y de muy fácil, 
según las materias y objetos. Debía llamarse monstruosa, porque tanto tiene de buena como de 
mala, aunque en los lances de honor ha sido fidelísima a su dueño, como se puede conjeturar por 
los lugares citados en el Nuevo Luciano en cuya formación casi no abrió un libro, y de muchas 
obras que había leído y citaba, no las tenía a mano ni podía probablemente conseguirlas. Concibe 
luego las ideas de cualquier objeto que se propone, y las coloca sin la menor confusión en su enten-
dimiento, para sacarlas cuando le gusta sobre el papel. Así su modo de estudiar ha sido escribien-
do siempre, y ha divertido su pluma en muchas disertaciones latinas y castellanas, en algunas 
oraciones

 

 Plutarco Naranjo, La lucha por la independencia: del primer grito a la primera Constitución Quito, FONSAL, 2009, 

pág. 97. 

  

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panegíricas que escribe con la mayor facilidad del mundo, y en el espacio de muy pocas horas. 
Con la misma ha compuesto algunas piezas en verso, y tiene aptitud para formar lo que en el 
lenguaje de los doctos se llama sátira y han sido del gusto del público. Su imaginativa también es 
variable, y a veces es lánguida y poco limpia, por lo que, en esas ocasiones está con ella de riña el 
entendimiento. Pero ha conocido por experiencia, que no se puede saber si no se estudia con la 
pluma en la mano y ha hecho apuntamientos de buenas especies desde que en su menor edad leyó 
el consejo de Verulamio acerca de los libros en blanco. Para poder apuntar ha estudiado algunos 
meses, cuando tuvo diez y seis años, hasta doce horas por día, diversas facultades; y haciendo 
memoria en la noche, de sus especies, hallaba distintamente conocidos y en su lugar los objetos. 
Más, no duró mucho este género de estudio, porque es de naturaleza muy sensible, débil y delicada. 
Pero siempre su lectura es rapidísima, y en breves horas acaba de leer cualquier volumen. Su 
pasión dominante es la lectura, y parece inurbano siempre que haya oportunamente algún libro 
porque a él se tira. Ha leído los ajenos, y los suyos son escogidos en toda literatura. Si se le ha visto 
por parte del espíritu, míresele ahora por el retrato del corazón. No deja de tener buenas cualida-
des de franqueza, de desinterés, del deseo de hacer bien, y, sobre todo, del amor al bien común. Por 
eso, con el mayor disimulo, cuando ha hallado oportunidad, ha sugerido a muchos jóvenes el deseo 
de un mejorado estudio, el de la sabiduría; y les ha dado a conocer el uso y elección de las buenas 
obras. No encubre lo que es conducente al adelantamiento literario de alguno, con tal de que 
conozca la sinceridad y aplicación. Aborrece el orgullo, y, mucho más, se ofende, de que el necio 
le quiera persuadir que es hábil, y el ignorante que es el docto. Tiene muy pocos amigos que ha 
escogido y hace por donde conservarlos con la fidelidad, gratitud y una estima verdaderamente 
cordial. Ni con ellos, ni con los demás quiere ser estimado por ingenioso ni por instruido, sino por 
un hombre de rectitud y de verdad, capaz sólo de no ser indigno de la sociedad. Desprecia el fausto 
y la gloria vana, y, aunque desea las alabanzas, quiere las de las gentes hábiles, de probidad y 
sinceras, que no tengan con él alguna conexión ni interés. A la edad de quince años deseó ardiente-
mente ser conocido por bello espíritu, y aunque logró las celebridades de los jesuitas, el vulgo le 
despreció, por lo que, tomando opuestos dictámenes, se ocultó lo más que pudo, y así ha consegui-
do el arte de esconderse, de tal suerte, que ha logrado ventajosísimamente que se piense muy mal 
de sus alcances, conocimientos y literatura. No envidia ni sabe hasta ahora cuál es la molestia que 
causa el escozor de pasión tan villana, y cuando de buenos talentos no sólo los estima, sino que se 
apasiona por ellos con demasiada vehemencia y los acaricia, aun cuando en la conducta moral 
sean o díscolos o viciosos. Está contento con su fortuna, que siendo escasa no le aflige ni solicita, 
especialmente por caminos torcidos y de bajeza. Obra mejor, respeta a los superiores, pero si se 
ofrece hablar con ellos, les habla con modesto desembarazo, hasta aquello que no quieren ni gusta 
oír. Hace mejor el negocio de los otros, que el suyo propio. Nadie lo trata, que no lo quiera, y a 
nadie comunica a quien no desee obligar a servir; tiene un solo lazarillo, perspicaz, vivo, inteligen-
te, popular, amistoso y de trato común, que bebe en buenas fuentes y muy puras, la verdad de los 
hechos, y se los comunica fidelisísimamente, y este es, señores, el duende que, así dicen, está pinta-
do con los colores de la vanidad y el amor propio; pueden echarle todo el ocre de un mentís encima 
y toda la tinta de la misma envidia, para que no aparezca ni su retrato. Pero él es duende   a quien 
nadie le cogerá y si hubiese de decir de alguno alguna cosa, por envidia, lo hubiera hecho con 
libertad integérrima. ¡Al papel!  

  

  

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    Fernando Jurado erróneamente atribuye a Enrique Garcés el haber bautizado a Espejo como el “duende”, sin embargo, 

comprobamos que fue el mismo precursor quien se auto consideró “duende”. Ver: Fernando Jurado, Ensayo sobre el 

chulla quiteño, Quito, Quimera dreams, 2009, pág. 72

  Federico González Suarez (edit.), Escritos del doctor Francisco Javier Eugenio Santa Cruz y Espejo, Tomo II, Quito, 

Imprenta Municipal, 1912, págs. 332–334. 

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Este autorretrato espiritual de Espejo posee múltiples lecturas y ha concitado múltiples valora-
ciones. De él, Plutarco Naranjo opina que “la descripción que hace sobre sus estudios, su actitud 
ante la vida y la sociedad, sus escritos, sus odios, afectos y sus principios morales, son muy 
interesantes. Vale la pena ser leída con atención”.  Mientras tanto, en tono más severo, el gran 
Federico González Suárez opinó sobre esta propia identificación de Espejo: “Por desgracia, entre 
sus virtudes no cultivaba Espejo, tanto como debiera, la de la modestia: este largo elogio que 
hace de sí mismo es una prueba de ello, y no puede uno menos de leerlo con cierto desagrado. 
Por este retrato que hace de sí mismo; sabemos que escribía también composiciones poéticas, y 
poseía la no envidiable cualidad de buscar lo ridículo en todos cuantos con él trataban, para reírse 
de ellos.”  

CONCLUSIÓN

Al final de cuentas, Eugenio Espejo, sabio, filósofo, médico, mestizo y humano, en la extensión 
completa del concepto. 

Conflictos de intereses: el autor declara que no existen.
Declaración de contribución: el autor declarado realizó el proceso investigativo, así como la 
redacción del artículo. 

Recibido: 12 de mayo de 2016
Aprobado: 16 de junio de 2016

 

 

 

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  Plutarco Naranjo, La lucha…, pág. 97.
  Federico González Suarez (edit.), Escritos del doctor…, pág. 336 (nota al pie 76).
  Una versión anterior de este trabajo se publicó en el libro Espejo, adelantado de la ciencia crítica, de Jaime Breilh Paz y Miño,     
  Universidad Andina Simón Bolívar, Sede Ecuador, Quito, 2016.

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